En un giro bastante peculiar, algunos políticos están culpando a los videojuegos por lo que consideran un mal uso de Medicaid. Según el presidente de la Cámara, Mike Johnson, jóvenes “sanos” están usando el sistema para quedarse en casa jugando videojuegos en lugar de trabajar, por lo que buscan imponer requisitos laborales para recibir esta ayuda médica.
Johnson describió a estos jóvenes como personas que le están “quitando recursos a madres solteras y personas mayores”, alegando que quitarles Medicaid les devolvería “la dignidad del trabajo”. Pero los datos contradicen ese argumento: el 64% de los beneficiarios menores de 65 años sí trabaja, según el centro de estudios KFF. Y entre los que no trabajan, la mayoría está enferma, estudia o cuida a alguien.
Más allá del discurso emocional, los videojuegos no parecen ser la raíz del problema. Especialistas en salud señalan que tener acceso a atención médica no vuelve a nadie perezoso. Si así fuera, los países con sistemas universales como Canadá, México o China ya estarían en caos, y no lo están.
La narrativa de que los videojuegos y el acceso a salud pública están relacionados con la vagancia no solo es errónea, también peligrosa. Usar ese argumento para cortar beneficios podría afectar a millones de personas que realmente los necesitan.